domingo, mayo 17, 2009

X.

Tres días después, Caroline me habló durante el trabajo. Me había encontrado un sitio para vivir.

- Es pequeño – me advirtió – Tiene un baño, un dormitorio y un saloncito con cocina.
- Es perfecto para mí. No necesito mucho espacio – dije entusiasmada.
- Está encima de un garaje. Puedes verlo mañana si quieres. Linda estará allí por la tarde. ¿Quieres que te acompañe?

No me dio tiempo a contestarle.

- Te acompañaré – dijo resuelta mientras me frotaba el hombro.

Yo le sonreí, parecía tan contenta consigo misma, que su optimismo me contagió. Me quedé un momento observándola. Si, estaba muy contenta. Me aseguré de que mi pelo estaba bien y volvía al trabajo

A la tarde siguiente, tal como había prometido, Caroline y yo nos dirigimos a casa de Linda.
La casa resultó estar a pocas calles de distancia del café-restaurante. Era bastante más grande que la de Caroline. Tenía aspecto de una casa familiar. Linda vivía sola y manifestó sin tapujos lo que necesitaba compañía. Según decía, la casa era muy grande y a parte de las visitas ocasionales, la mayor parte del tiempo todo estaba demasiado silencioso. La casa tenía adosado un garaje sobre el cual estaba “mi nuevo” apartamento. Tal como había dicho Caroline era pequeño, pero ¿para qué quería más espacio? Era realmente encantador. Acordé con Linda un alquiler mensual que podría pagar con comodidad. Lo importante para ella, decía, era la compañía. Sus padres habían fallecido y sus dos hermanos vivían en Oaks River, pero no los veía con regularidad. Me dijo que podía mudarme cuando quisiera entregándome la llave. Decidí que el día siguiente sería perfecto. Tenía turno de tarde y como no había traído muchas cosas, no iba a tardar mucho en la mudanza.


Tal como había previsto, cuando llegué a mi nueva casa era temprano. Mientras guardaba algunas cosas, recibí la visita de Linda ofreciéndome tomar un café. Lo acepté con gusto. Charlamos durante un rato y luego ella se tuvo que ir a trabajar. Decidí limpiar un poco y después iría a comprar algunas cosas que no había necesitado durante mi estancia en el hotel. Lo cierto es que Linda lo mantenía bastante limpio y como era pequeño, no tarde mucho con la limpieza. Todo fue perfecto hasta que me topé con la ventana. Intenté de todo, pero la dichosa ventana, una vez abierta, no quería cerrarse, parecía estar atascada en la guía y no quería moverse. Di un grito ahogado de frustración e incluso la golpee. Esto me acarreó un moratón en la mano, además del enfado que ya tenía desde el principio. Aunque con un poco de reticencia dejé la ventana abierta y decidí ir a comprar comida. Era mejor dejarla tranquila e iría a la tienda de ultramarinos, quizás cuando volviera, conseguiría cerrarla.


Mientras intentaba decidir si compraba té o café alguien me habló. Cuando me giré ví a Jimmy Call. Pensé: Genial. No me apetecía hablar con nadie, pero me obligué a esbozar una ligera sonrisa y saludarle.

- Hola – dije después de que me saludara.
- ¿Comprando?
- Si. Me acabo de mudar y necesito algunas cosas.
- Me lo imagino ¿tienes coche?- preguntó.
- ¿Por qué lo preguntas? – dije extrañada de que me preguntara aquello.
- Cuando yo me mude y vine a comprar, me llevé la camioneta casi llena – dijo con una sonrisa.
- Si lo he traído.
- Verás que tendré razón
- Tal vez – dije echando al carrito ambos, tanto el té como el café – Ya te contaré.
- Está bien. Hasta luego.
- Adiós

Continué con mis compras y cuando termine de recorrer todo el establecimiento miré por primera vez el contenido del carrito. ¿Cuando había cogido de los estantes tantas cosas? Miré el reloj. Imposible. Llevaba casi dos horas allí. Me resigné y me encaminé empujando mi chirriante carrito hasta la caja. Para mi sorpresa Jimmy estaba allí, hablando animadamente con la cajera. Era una joven de aproximadamente diecisiete años, muy guapa.

En cuanto me acerqué, Jimmy se volvió hacia mi dirección. Pero no me miraba a mí, miraba mi compra.

- ¿Lo ves? – dijo sonriendo en cuanto estuve junto a él – Ya te lo dije.
- Cierto - concedí – Pero no me di cuenta. Juraría que no había tomado tantas cosas.

Él rió.

- A mi me pasó lo mismo
- ¿No eres de Red Hills? – pregunté. Había dicho que él se había mudado.
- Si, que soy de aquí. Me refiero a cuando me independicé, cuando me mudé a mi propia casa.
- ¡Ah! – susurré quitándome un mechón de pelo de la cara.
- ¿Y ese moratón? – preguntó al darse cuenta cuando alcé la mano.
- ¡Oh! Golpee una ventana – dije quitándole importancia con un gesto de mi mano.
- ¡Pobre ventana!
- No quiso cerrar y la he tenido que dejar abierta. Tengo que darme prisa en volver, podría entrar alguien.
- En un pueblo como este, el índice de delincuencia es mínimo. La mayor parte de los delitos que se cometen no son más que travesuras. No te preocupes. Aún tienes problemas con esa ventana ¿no?
- Si, por supuesto.
- ¿Quieres que te ayude?
- No quiero entretenerte
- No tengo nada mejor que hacer – dijo con una sonrisa radiante.

¿Por qué tenía que ser tan amable? ¿Si ni siquiera me conocía? ¿cómo le iba a decir:” no gracias” con esa sonrisa?

- Está bien
- Vale

La cajera pasó mi compra por el detector y le pagué. Estaba claro que a aquella muchacha le gustaba Jimmy, me echó una mirada… que si las miradas matasen, yo hubiera caído fulminada al instante. Para acabar la situación, él se ofreció a llevar parte de mi compra hasta el coche. Definitivamente, la joven y yo no seriamos amigas, ya me había echo la cruz, al menos que Jimmy no fuera tan amable conmigo.

- Hasta luego Rebeca – se despidió antes de salir del establecimiento hacia mi coche con unas cuantas bolsas.

Cuando salí de la tienda, Jimmy me esperaba unto al maletero. Se lo abrí y depositó las bolsas en él.

- Te sigo en mi camioneta – me dijo mientras se giraba hacía él.

No tardamos mucho en llegar. Jimmy cogió las bolsas mientras yo abría la puerta.

- ¿Dónde las dejo?- preguntó.
- En la cocina por favor – le dije mientras iba al dormitorio a soltar el bolso y la chaqueta.
- ¿Cuál es la ventana?
- Obviamente, la única que está abierta.
- Ya veo.

Cuando salí del dormitorio Jimmy estaba traqueteando con la ventana. Intentó cerrarla de modo usual, pero se resistía. Empezó a examinar la guía. Supuse que buscaba algo que impidiera cerrarla, pero yo ya la había revisado y la guía no parecía tener nada. No obstante, no le dije nada, lo dejé trabajar tranquilo. Mientras trabajaba le ofrecí un té. Cuando la tetera silbó, milagrosamente, la ventana cerró con un fuerte golpe. Sentí un alivio instantáneo. Aunque Red Hills fuera un lugar tranquilo y no hubiera a penas delincuencia, no iba a dejar que alguien entrara a curiosear. No tenía a penas nada de valor pero ante todo era mi casa y nadie deja su casa abierta de par en par cuando sale.

- El té ya está – le dije- ¿por qué no te sientas?

Jimmy tomó asiento en mi pequeño sofá de color rojo.

- Gracias por lo de la ventana – le dije cuando me senté junto a él.
- La verdad es que ha habido un momento en el que pensé que jamás cerraría – dijo sonriendo- Pero yo que tú, no volvería a abrirla o tendrás que llamarme de nuevo.
- No, abriré otra.

Eso de llamarle…mejor sería evitarlo. Le sonreí. Estuvimos charlando un hasta que su teléfono móvil sonó.

- Hola preciosa – dijo al descolgar.

¿Preciosa? ¿Tenía novia y estaba coqueteando conmigo? Ummmm.

- No, no toques nada, déjame a mí. Muy bien, voy ahora mismo, estaré allí en diez minutos – dijo antes de colgar.
- Era mi hermana pequeña – me explicó – Tiene un problema de fontanería. Lo siento, pero me tengo que marchar.

Ambos nos levantamos del sofá y nos dirigimos hacia la puerta. Le di de nuevo las gracias, además de un beso en la mejilla, era lo mínimo que podía hacer. No fue buena idea. Se creó un momento incómodo, al menos para mí. Nos quedamos callados y él alzó una mano para acariciarme la mejilla. Probablemente me habría besado si yo no me hubiera alejado un poco. Él pareció darse cuenta de lo incómoda que me sentía.

- Lo siento, Katie – se disculpó.
- Está bien – le dije sonriéndole un poco.

Él también sonrió, pero su sonrisa era un poco triste.

- Adiós – se despidió.
- Hasta otro día

Cuando se camioneta desapareció de mi vista, suspiré aliviada. En ese momento no quería a ningún hombre especial en mi vida. Me fui a la cama pensando que al día siguiente llamaría a Alfred.

- ¿Alfred? Soy Katie.
- ¡Hola preciosa! – dijo entusiasmado – Ya pensaba que te habías olvidado de mí.
- No. Imposible – dije con una sonrisa en los labios. Oír su voz me hacía sentir bien.
- ¿Cómo estás?
- Estoy muy bien
- ¿Aún viajas?
- No. Estoy en un pueblo llamado Red Hills. Me quedaré aquí una temporada. He alquilado un apartamento.
- Eso es genial. ¿Cuándo llegaste allí?
- Hace unas tres o cuatro semanas, por eso te llamo, para que me envíes mis cosas Aún las tienes ¿no?
- Por supuesto. Te las enviaré mañana mismo – dijo después de darle la dirección.
- Estoy muy solo sin tus visitas. Te echo de menos ¿sabes? Alegrabas la vida a este pobre viejo con artritis.
- Yo también te echo de menos – dije mientras se me saltaban las lágrimas.
- Prométeme que algún día vendrás a visitarme
- Sólo si tu me prometes venir a Red Hills.
- Trato hecho – dijo con decisión.
- Está bien. Es un acuerdo. Me tengo que marchar a trabajar.
- ¿Y en qué trabajas?
- Oh, en un café- restaurante llamado O´Nealls´s como camarera.
- Está bien. Dejo que te marches. Adiós.
- Te volveré a llamar cuando lleguen mis cosas. Cuídate mucho. Adiós.
- Cuídate preciosa
- Lo haré. Un beso.

Cuando colgué, limpié con el dorso de mi mano las lágrimas que habían caído silenciosamente por mis mejillas.

IX.

Algunos días pasaron. Yo ya me iba acostumbrando a mi nuevo trabajo y a mis nuevos compañeros. Todos eran buenas personas. Era costumbre, que el ambiente de trabajo fuera familiar y el hecho de que yo no fuera de Red Hills no cambió aquello. Algunas veces, de vez en cuando, como en cualquier bar, teníamos algún lío con alguien que había bebido de más, pero normalmente todo estaba bastante tranquilo, excepto claro está, cuando hablamos de fútbol, es decir, cuando el equipo local, los leones de Red Hills jugaba contra sus acérrimos enemigos, los osos de Cold Hill. Debe ser una característica masculina apasionarse tanto con un deporte y mantener una rivalidad que alcanza lo ridículo. Se lo tomaban muy enserio. En esas ocasiones todos bebían cervezas de más y kilos de frutos secos. Cuando el equipo local ganaba, corría la euforia que se manifestaba, a mi entender, en un curioso baile de la victoria. Si por el contrario eran derrotados, había dos fases. Una primera de rabia y de enfado, en la que cualquiera diría que echarían parte del local abajo, y una segunda de aceptación silenciosa durante unos cuantos segundos, después de la que se requería el retirarse a casa con resignación.

Después de uno de estos días de fútbol, llegó un día más tranquilo, más tranquilo de lo habitual. Teníamos pocos clientes, únicamente los que habitualmente acudían a tomar un café o a comer algo, los cuales, para alegría de las camareras no era muchos.
Mientras rellenaba unos servilleteros y charlaba con Caroline, un hombre de pelo cano llegó con una niña de unos cuatro o cinco años de la mano. Era preciosa, Tenía el pelo de color castaño recogido parcialmente para despejar su cara y sus ojos eran color miel. La niña se soltó de la mano de su acompañante y corrió, para mi sorpresa, a los brazos de Caroline, quien ya se había agachado para ponerse a su altura para abrazarla.

- ¡Hola Cariño! ¿Qué tal te ha ido el colegio hoy?
- Hola mami. Bien. He hecho un dibujo.
- ¿Me lo enseñas?
- Si-.

La niña corrió hacia el hombre que la había traído, quien le entregó su mochila. Ella la abrió, no sin cierta dificultad y sacó su dibujo. Después corrió nuevamente hacia su madre y se lo tendió.

- ¡Oh cariño! Es precioso

La pequeña sonrió.

- Katie – me llamó Caroline- Esta preciosidad es mi hija Eve- dijo mientras se incorporaba.
- Encantada de conocerte Eve- dije agachándome – Me llamo Katie.
- Hola – dijo tímidamente agarrando la mano de su madre.
- Espero que seamos buenas amigas – le dije guiñándole un ojo.

Eve sonrió mostrando sus pequeños dientes.

- Eve - la llamó el hombre de pelo cano con su voz grave – Tenemos que irnos a casa. Dale un beso a mamá.
- Vale – respondió la pequeña – Adiós mami.

Caroline se agachó nuevamente para recibir un beso en la mejilla

- Hasta luego, cariño. Pronto estaré en casa- prometió.


Cuando Eve y su acompañante se fueron, Caroline aún sonreía. No puede más que quedarme mirando su expresión, parecía tan feliz.

- ¿Qué?- me preguntó cuando volvió a la actividad.
- Nada , mamá – dije sonriéndole
- A tu también tendrás cara de tonta cuando seas madre – dijo volviendo al trabajo.

Yo no sabía si sería una buena madre, pero sabía que Caroline, sí que lo era. Además estaba esa cara de felicidad, esa alegría de tener una hija a la que adorar, proteger y cuidar. Y ví a mi misma viviendo esa experiencia y la desee con locura.

- ¡Ey! ¿En qué piensas? – preguntó interrumpiendo mis fantasías maternas.
- En nada. Solo… cosas.
- Oye, ¿por qué no vienes a cenar esta noche a casa?
- No quiero molestar – dije con modestia.
- No seas tonta – dijo negando con la mano.
- De acuerdo, entontes – concedí.

Cuando acabamos nuestro turno fuimos a su casa. Tenía un pequeño jardín delantero. Era de color amarrillo pastel con los marcos de las ventanas y las puertas de éstas de color blanco.
Eve recibió a su madre con un nuevo abrazo y a mí con un tímido hola. El hombre que acompañaba a Eve en el bar se levantó del sofá en cuanto abrimos la puerta, y en pocos minutos se despidió t se marchó. Una persona de pocas palabras.

Después de la cena, Caroline subió a acostar a Eve, yo, mientras tanto, observé las fotos dispersas por todo el salón. Cuando Caroline volvió, me sobresalté, no la había escuchado entras en la habitación.

- Lo siento – se disculpó.
- No importa
- ¿Por qué no nos sentamos mientras te recuperas del sobresalto?
- Vale. No me habías dicho que tenías una hija.
- Es verdad no te lo comenté. Ella es lo mejor de mi vida. Lo mejor que he hecho.
- ¿Estás casada? – pregunté-.
- Oh no. El padre de Eve y yo tuvimos una relación bastante corta y se marchó antes de saber que estaba embarazada.
- Entiendo – dije con tristeza.
- No. Yo soy feliz y Eve también. Phil me ayuda un montón cuidándola mientras trabajo.
- Me alegro por ti.
- Si. Procuro estar el máximo tiempo con Eve. Siempre la despierto por las mañanas y la acuesto por las noches. Es una niña estupenda y también muy lista.
- Tienes mucha suerte
- Si ¿no?

Le sonreí.

- ¿Y tu qué?
- Yo no tengo hijos, aunque me gustaría tenerlos. Pero es tarde, me marcho.
- ¿Dónde te alojas? Nunca te lo he preguntado.
- En el hotel. Pero tendré que buscar otro sitio, no me puede quedar allí indefinidamente.
- Si quieres, puedo preguntar haber si hay algún sitio por ahí.
- Te lo agradecería mucho, la verdad.
- Entonces, hecho. Déjalo en mis manos.
- De acuerdo. Gracias.

La abracé y le di un beso, luego, me marché y caminé hacia el hotel.