sábado, mayo 02, 2009

VIII.

Mi primer día de trabajo me desperté mucho antes de la hora, nerviosa. ¿Por qué? Sólo mi subconsciente y mi cuerpo lo sabían, porque yo no. No me levanté, ¿qué iba yo a hacer mientras pasaban los minutos y sonaba el despertador? Nada. Permanecía en la cama y vi como poco a poco los rayos del sol atravesaban la ventana e iluminaban la habitación de hotel. Cuando empecé a estar desesperada me levanté y fui al baño. Después de una ducha y de un café mi ánimo era alegre y optimista. Y así me dirigí a O´Nealls.

El primer día de trabajo, como todos, fue algo torpe y muy duro. El dolor de pantorrillas no tardó en aparecer después de las tres primeras horas de estar de pie. Mis pies, al menos, estaban bien, mis deportivas color celeste, gracias a Dios, eran muy cómodas. A pesar de todo, cuando llegué al hotel, ya de noche, a penas alcancé a desnudarme pues caí rendida, casi al instante de abrir la puerta, suerte que la cama se encontraba cercana a ella.

El día fue largo pero también gratificante. Nada más llegar Caroline salió a mi encuentro con una sonrisa y palabras amables. Me explicó la dinámica de trabajo. Las mesas estaban numeradas en el sentido de las agujas del reloj. Lo esencial era tomar los pedidos y servirlos lo más rápido posible a quienes lo había solicitado. En un par de ocasiones no lo conseguí. Resulté ser una sensación. Quizás debería habérmelo imaginado. En un pueblo como Red Hills, en el que todos se conocían, una nueva camarera en el restaurante era algo digno de ver. La mayoría de los clientes durante la mayor parte de la mañana, a penas pedían un café, me observaban o evaluaban según se mire y se marchaban, lo cual me ocasionó tener que dar unas miles de vueltas por todo el local.

A lo largo de la jornada conocí a Lion Peaks. Él era cocinero y un pícaro de cuidado de aproximadamente cincuenta años. No dudó ni un minuto en intentar conquistarme y adularme, e incluso me pidió una cita, a la cual me negué aludiendo que quería tener un descanso de hombres. Tampoco tardó en ofrecerme su compañía cuando cambiara de opinión. No pude más que sonreírle. No pasaría jamás.

Me libré de Lion gracias a Caroline, quien le recordó muy oportunamente que se le pagaba por cocinar y no por hablar conmigo. Fue curioso, Lion pareció desconectar la función “conquistador” y activar la función “cocinero”. Se concentró y a penas volvió a dirigirme la palabra. Continué trabajando y agradecí que Lion también, lidiar con ese tipo de hombres era agotador.

A la hora del almuerzo, entró en el loca un chico de unos veinte años, moreno y de ojos negros. Se sentó en la barra, Coincidió que yo estaba tras ella así que le atendí.

- ¿Qué te pongo? – le pregunté.

- Um – susurró mientra miraba la carta – ¿Una hamburguesa con queso y patatas?- dijo tras varios segundos.

- Muy bien y ¿de beber?

- Cerveza por favor.

Lo apunté en mi cuaderno y le pasé la nota a Lion. Después de un rato le serví su comida y cuando ya me iba a mis mesas me habló nuevamente.

- ¿Eres nueva, no?

De un momento a otro pareció arrepentirse de haberme preguntado.

- Lo siento. No es de mi incumbencia – dijo disculpándose.

- No importa- le dije con una sonrisa en los labios – Si, soy “la” nueva.

- Entiendo. Soy Jimmy Call – dijo extendiéndome la mano

- Katie North, encantada.

- Igualmente. ¿Te tendremos por aquí algún tiempo o solo estás de paso?

- Me tendréis por aquí una temporada. No os libraréis de mí tan fácilmente de mi.

Mi comentario le hizo sonreír. Sus dientes eran perfectos; blancos, rectos y brillantes. Lo que se dice una sonrisa Profident. Su aspecto físico tampoco esta nada mal, alto, de espaldas anchas, delgado y fuerte.

- Entonces, vendré más a menudo – me dijo.

- Aquí estaré – le dije aceptando su cumplido.

Cuando ya empezaba a resultar insoportable continuar trabajando, el reloj me dio una alegría. Acababa de terminar mi turno. Terminé de recoger los platos de una mesa y fui al despacho de Mike a recoger mi bolso para ir de vuelta a hotel. Mike me preguntó amablemente cómo había resultado el día y sonrió ampliamente cuando le contesté que agotador. Me dio ánimos diciéndome que ya me acostumbraría. Y eso esperaba, solo era cuestión de tiempo.