lunes, mayo 25, 2009

XI.

Comencé a ver a Eve con regularidad y ella perdió su timidez conmigo. Phil la traía todos los días al café después del colegio a ver a Caroline. A veces se quedaba un rato. Era una niña estupenda. Le encantaba dibujar. Sus dibujos estaban llenos de colores vivos. Aún no acababa de aprender a leer pero le encantaban los cuentos. Caroline le contaba uno todos las noches. En algunas ocasiones, yo estaba presente. Normalmente parecía que se dormía en mitad del cuento, pero cuando Caroline dejaba de leer, abría sus ojillos y le pedía a su madre que siguiese con el cuento. A veces, cuando se quedaba un rato los leía ella misma, aunque finalmente se rendía, lo dejaba y observaba los dibujos.

Su cumpleaños se acercaba. Estaba emocionadísima. No podía esperar para tener una fiesta con todos sus amiguitos del colegio y por supuesto, no podía esperar a los regalos.
Caroline iba a hacer una barbacoa en su casa. Me pareció genial, así los niños podrían jugar en el jardín. Me ofrecí a ayudarla y por supuesto, me invitó y acogió mi ofrecimiento de buen grado.
En el primer día que Caroline y yo tuvimos libre quedamos para comprar algunas cosas para el cumpleaños de Eve. Volvimos cargadas de platos, cucharas y vasos de plástico, globos y farolillos de papel. Los niños tomarían perritos calientes y refrescos. Caroline compró también unas pequeñas tarjetas de invitación. En la portada, tenían un conejito blanco sentado sobre la hierba comiendo una zanahoria y sobre él, en el cielo una frase ponía decía: “Te invito a mi cumpleaños”. Al abrirlas, había tres huecos para poner el día, la hora y el lugar.
Después de soltar todas las bolsas en casa de Caroline fuimos a ver a la Señora Philips y le encargamos un apetitoso pastel de cumpleaños de chocolate para Eve.


La barbacoa fue un domingo, así que no tuvimos que pedir el día libre en el trabajo. Llegué dos horas antes, vestidas con un bonito vestido color blanco, esperaba no marcharme. Caroline me abrió la puerta y me aduló, pero terminó pronto porque necesitaba mi ayuda en el patio trasero. Mientras ella terminaba de poner los farolillos, yo saqué de los envoltorios, cucharillas, platos y vasos. Ella había preparado la mesa. Dispuse los vasos a intervalos regulares.

El primer amiguito de Eve llegó media hora antes de lo previsto, pero entonces ya estaba allí Phil y Linda, por lo que todo estaba listo. Caroline estaba terminando de vestir a Eve.
En cuanto el timbre sonó, Eve salió disparada hacia la puerta. Estaba preciosa con su vestido azul. Caroline corrió tras ella y antes de que yo abriera la puerta terminó de ponerle el lazo celeste en el pelo. En cuanto la madre declinó la invitación de Caroline de quedarse, Kevin e Eve se fueron a jugar. A partir de ese momento, cada pocos minutos volvía a sonar el timbre, Caroline, Linda y yo nos turnamos para abrir la puerta. Phil se hizo cargo de la barbacoa. Le ofrecí varias veces mi ayuda pero me dijo que lo tenía controlado. Cuando ya creí que no faltaba nadie, el timbre sonó de nuevo. Linda fue a abrir.

Jimmy se presentó con un oso de peluche para Eve. Ella se lo agradeció y le dio un abrazo. El osito le encantó, pero rápidamente volvió con sus amiguitos. Los niños corrían por doquier, Caroline, Linda y yo íbamos de un lado para otro sacando cosas de la cocina y Phil continuaba haciendo perritos calientes.
Tres horas después el timbre volvió a sonar. Era el payaso que había contratado Caroline. Gracias a él, los niños dejaron de corretear, tirar vasos de refresco y empujar. Durante un rato los adultos tuvimos algo de tranquilidad. A parte de Jimmy, Phil, Linda, Caroline y yo, solo dos padres se habían quedado.

Los niños se sentaron en el césped y observaron el espectáculo del payaso entre risas. Yo también miraba y reía. Giré ligeramente la cabeza y allí estaba Jimmy, mirándome intensamente. Me sentí incómoda, le sonreí y centré mi atención en el payaso. Pocos minutos después, me sobresaltó, de repente, estaba a mi lado y me saludaba.

- Una fiesta estupenda ¿no crees? – le pregunté.
- Si. No dejan de reír.
- Es cierto. Es un alivio que estén quietecitos durante un rato.
- ¿Os han dado mucha la guerra?
- Más o menos, pero es agradable, aunque cuando todos corretean de aquí para allá… controlarlos no es muy fácil si se desmadra el asunto.

Jimmy rió abiertamente.

- Si, tu ríete. A ver que hacías tú con todos ellos
- El truco está en entretenerlos
- Ya, es más fácil decirlo que hacerlo.

El payaso terminó su función y los niños tenían hambre, suerte que Phil había seguido cocinando. Mientras él repartía perritos calientes entre los niños, Linda y yo llenábamos vasos de refrescos. Después volvieron a jugar un poco más.
Media hora más tarde, Caroline creyó oportuno sacar el pastel. Tenía forma octogonal y encima ponía “Feliz Cumpleaños Eve” con chocolate blanco. Eve apagó todas las velas de una vez. Estaba emocionada. Sabía que después, venían los regalos. No hubo ninguno que no le gustara.
Le regalé una pequeña pulsera cuyos eslabones eran mariquitas y un cuento con muchas ilustraciones.

- ¡Me encanta! – dijo cuando vio la pulsera – Mira mamá- dijo girándose hacia ella

Eve volvió a mi para desenvolver el segundo regalo.

- ¡Un cuento!
- ¿Te gusta? – le pregunté.
- Siiiii – respondió entusiasmada.

Se abrazó ami y yo le di un beso en la mejilla

- ¿Qué ser dice Eve? – intervino Caroline.
- Gracias tía Katie – dijo con su vocecilla.

En ese momento me sentí orgullosa. En realidad yo ya la consideraba como mi sonrisa y la mimaba en exceso. Fui hija única así que no tengo hermanas o hermanos que me hagan tía. Yo realmente disfrutaba con Eve cuando Caroline me pedía que la cuidara y la quería como si fuera de mi familia.

Comenzó a hacerse de noche y los padres de los niños empezaron a venir a recogerlos. Era curioso como las madres prestaban atención a las manchas de sus hijos y se veían fastidiadas, probablemente pensaban que después tendrían que sacarlas a mano; por otro lado, los padres parecían no darse cuenta a pesar de que en algunos casos, las manchas de sus hijos eran más que evidentes a simple vista. El ruido se redujo progresivamente a medida que se fueron marchando. Me resultó muy relajante.
Cuando todos los niños y sus padres se hubieron ido el jardín posterior de Caroline daba pena verlo; había vasos, platos y cubiertos de plástico en el césped así como restos de tarta y perritos calientes y envoltorios de regalos. Ofrecía a Caroline mi ayuda para limpiar pero me aseguró que podría hacerlo ella sola con la ayuda de Phil; además, sugirió que Jimmy me llevara a casa. Desee haberme ido antes con Linda. Ciertamente, había venido andando y no tenía mi coche, pero mi casa no estaba muy lejos, caminaría.

Cuando le estab diciendo a Caroline que no era necesario y que me iría a pie a casa, Jimmy apareció a mi lado diciendo que por supuesto me llevaría a casa. Lo dijo con tal determinación que no le pude decir que no. Fuimos a despedirnos de Eve y nos montamos en su camioneta. Nada más sentarme, todo el cansancio cayó sobre mí. Apoyé mi codo sobre la ventanilla y me sujeté la cabeza.

- ¿Cansada? – preguntó mi chofer mirándome de reojo sin apartar a penas la vista de la carretera.
- No sabes cuanto.
- Los niños son agotadores ¿eh?
- Me lo pensaré antes de tenerlos- dije con una sonrisa.
- No creo posible que tengas tantos.
- Si. No me daría tiempo ¿verdad?

Él sonrió y volvió la vista a la carretera. Pocos segundos después llegamos a casa, apagó las luces y me acompañó hasta las escaleras. Tal vez tenía intención de acompañarme hasta la puerta pero creí más prudente despedirme al pie de las escaleras.

- Buenas noches – dije deteniéndome y encarándole.

Él pareció algo sorprendido pero no hizo ningún comentario al respecto. De echo parecía estar pensando en algo.

- Te has encariñado con Eve ¿verdad? – me preguntó.
- Si. Mucho. Es tan linda. Si tuviera una hija me gustaría que fuera como ella.
- Si. Es una niña estupenda.

Después de ese intercambio de palabras permaneció en silencio. De hecho parecía estar pensando en algo y yo me estaba impacientando. Estaba cansada, pero tener paciencia hasta que hablara me parecía lo más conveniente. Y cuando me di cuenta, su cara estaba muy cerca de la mía y me besaba. Me gustaría decir que no le devolví el beso, pero durantes unos segundos me dejé llevar, sus labios eran tiernos y suaves. Cuando empezó a besarme con mayor insistencia, volví a mi misma y me aparté. Aquello no estaba bien. Yo no quería a nadie en mi vida y Kyle aún estaba en mis pensamientos todos los días.
Mi expresión debió decirle algo porque me miró algo confuso. Yo no sabía qué decirle para arreglar aquello, así que me limité a despedirme.

- Buenas noches – repetí
- Buenas noches – me contestó.

Yo simplemente me di la vuelta, subí las escaleras y abrí lo más rápidamente que pude la puerta cerrándola tras de mi. Me apoyé en ella. Pocos segundos después lo oí alejarse en su camioneta.
¿Pero que había pasado? ¿Cómo no preví que iba a besarme? Debería haberlo sabido pero estaba tan cansada. Y había estado mal que no lo hubiera parado desde el principio. Bueno, mejor tarde que nunca, pero por ello, tendría algunos problemas. Tenía que dejarle ver a Jimmy que no estaba interesada en tener una relación.
No pude evitar pensar en Kyle. ¿Qué estaría haciendo? ¿Me habría perdonado ya? ¿Sería feliz? Las mismas preguntas de siempre sin respuesta. Me fui a la cama, estaba agotada del cansancio acumulando de aquel largo día.

domingo, mayo 17, 2009

X.

Tres días después, Caroline me habló durante el trabajo. Me había encontrado un sitio para vivir.

- Es pequeño – me advirtió – Tiene un baño, un dormitorio y un saloncito con cocina.
- Es perfecto para mí. No necesito mucho espacio – dije entusiasmada.
- Está encima de un garaje. Puedes verlo mañana si quieres. Linda estará allí por la tarde. ¿Quieres que te acompañe?

No me dio tiempo a contestarle.

- Te acompañaré – dijo resuelta mientras me frotaba el hombro.

Yo le sonreí, parecía tan contenta consigo misma, que su optimismo me contagió. Me quedé un momento observándola. Si, estaba muy contenta. Me aseguré de que mi pelo estaba bien y volvía al trabajo

A la tarde siguiente, tal como había prometido, Caroline y yo nos dirigimos a casa de Linda.
La casa resultó estar a pocas calles de distancia del café-restaurante. Era bastante más grande que la de Caroline. Tenía aspecto de una casa familiar. Linda vivía sola y manifestó sin tapujos lo que necesitaba compañía. Según decía, la casa era muy grande y a parte de las visitas ocasionales, la mayor parte del tiempo todo estaba demasiado silencioso. La casa tenía adosado un garaje sobre el cual estaba “mi nuevo” apartamento. Tal como había dicho Caroline era pequeño, pero ¿para qué quería más espacio? Era realmente encantador. Acordé con Linda un alquiler mensual que podría pagar con comodidad. Lo importante para ella, decía, era la compañía. Sus padres habían fallecido y sus dos hermanos vivían en Oaks River, pero no los veía con regularidad. Me dijo que podía mudarme cuando quisiera entregándome la llave. Decidí que el día siguiente sería perfecto. Tenía turno de tarde y como no había traído muchas cosas, no iba a tardar mucho en la mudanza.


Tal como había previsto, cuando llegué a mi nueva casa era temprano. Mientras guardaba algunas cosas, recibí la visita de Linda ofreciéndome tomar un café. Lo acepté con gusto. Charlamos durante un rato y luego ella se tuvo que ir a trabajar. Decidí limpiar un poco y después iría a comprar algunas cosas que no había necesitado durante mi estancia en el hotel. Lo cierto es que Linda lo mantenía bastante limpio y como era pequeño, no tarde mucho con la limpieza. Todo fue perfecto hasta que me topé con la ventana. Intenté de todo, pero la dichosa ventana, una vez abierta, no quería cerrarse, parecía estar atascada en la guía y no quería moverse. Di un grito ahogado de frustración e incluso la golpee. Esto me acarreó un moratón en la mano, además del enfado que ya tenía desde el principio. Aunque con un poco de reticencia dejé la ventana abierta y decidí ir a comprar comida. Era mejor dejarla tranquila e iría a la tienda de ultramarinos, quizás cuando volviera, conseguiría cerrarla.


Mientras intentaba decidir si compraba té o café alguien me habló. Cuando me giré ví a Jimmy Call. Pensé: Genial. No me apetecía hablar con nadie, pero me obligué a esbozar una ligera sonrisa y saludarle.

- Hola – dije después de que me saludara.
- ¿Comprando?
- Si. Me acabo de mudar y necesito algunas cosas.
- Me lo imagino ¿tienes coche?- preguntó.
- ¿Por qué lo preguntas? – dije extrañada de que me preguntara aquello.
- Cuando yo me mude y vine a comprar, me llevé la camioneta casi llena – dijo con una sonrisa.
- Si lo he traído.
- Verás que tendré razón
- Tal vez – dije echando al carrito ambos, tanto el té como el café – Ya te contaré.
- Está bien. Hasta luego.
- Adiós

Continué con mis compras y cuando termine de recorrer todo el establecimiento miré por primera vez el contenido del carrito. ¿Cuando había cogido de los estantes tantas cosas? Miré el reloj. Imposible. Llevaba casi dos horas allí. Me resigné y me encaminé empujando mi chirriante carrito hasta la caja. Para mi sorpresa Jimmy estaba allí, hablando animadamente con la cajera. Era una joven de aproximadamente diecisiete años, muy guapa.

En cuanto me acerqué, Jimmy se volvió hacia mi dirección. Pero no me miraba a mí, miraba mi compra.

- ¿Lo ves? – dijo sonriendo en cuanto estuve junto a él – Ya te lo dije.
- Cierto - concedí – Pero no me di cuenta. Juraría que no había tomado tantas cosas.

Él rió.

- A mi me pasó lo mismo
- ¿No eres de Red Hills? – pregunté. Había dicho que él se había mudado.
- Si, que soy de aquí. Me refiero a cuando me independicé, cuando me mudé a mi propia casa.
- ¡Ah! – susurré quitándome un mechón de pelo de la cara.
- ¿Y ese moratón? – preguntó al darse cuenta cuando alcé la mano.
- ¡Oh! Golpee una ventana – dije quitándole importancia con un gesto de mi mano.
- ¡Pobre ventana!
- No quiso cerrar y la he tenido que dejar abierta. Tengo que darme prisa en volver, podría entrar alguien.
- En un pueblo como este, el índice de delincuencia es mínimo. La mayor parte de los delitos que se cometen no son más que travesuras. No te preocupes. Aún tienes problemas con esa ventana ¿no?
- Si, por supuesto.
- ¿Quieres que te ayude?
- No quiero entretenerte
- No tengo nada mejor que hacer – dijo con una sonrisa radiante.

¿Por qué tenía que ser tan amable? ¿Si ni siquiera me conocía? ¿cómo le iba a decir:” no gracias” con esa sonrisa?

- Está bien
- Vale

La cajera pasó mi compra por el detector y le pagué. Estaba claro que a aquella muchacha le gustaba Jimmy, me echó una mirada… que si las miradas matasen, yo hubiera caído fulminada al instante. Para acabar la situación, él se ofreció a llevar parte de mi compra hasta el coche. Definitivamente, la joven y yo no seriamos amigas, ya me había echo la cruz, al menos que Jimmy no fuera tan amable conmigo.

- Hasta luego Rebeca – se despidió antes de salir del establecimiento hacia mi coche con unas cuantas bolsas.

Cuando salí de la tienda, Jimmy me esperaba unto al maletero. Se lo abrí y depositó las bolsas en él.

- Te sigo en mi camioneta – me dijo mientras se giraba hacía él.

No tardamos mucho en llegar. Jimmy cogió las bolsas mientras yo abría la puerta.

- ¿Dónde las dejo?- preguntó.
- En la cocina por favor – le dije mientras iba al dormitorio a soltar el bolso y la chaqueta.
- ¿Cuál es la ventana?
- Obviamente, la única que está abierta.
- Ya veo.

Cuando salí del dormitorio Jimmy estaba traqueteando con la ventana. Intentó cerrarla de modo usual, pero se resistía. Empezó a examinar la guía. Supuse que buscaba algo que impidiera cerrarla, pero yo ya la había revisado y la guía no parecía tener nada. No obstante, no le dije nada, lo dejé trabajar tranquilo. Mientras trabajaba le ofrecí un té. Cuando la tetera silbó, milagrosamente, la ventana cerró con un fuerte golpe. Sentí un alivio instantáneo. Aunque Red Hills fuera un lugar tranquilo y no hubiera a penas delincuencia, no iba a dejar que alguien entrara a curiosear. No tenía a penas nada de valor pero ante todo era mi casa y nadie deja su casa abierta de par en par cuando sale.

- El té ya está – le dije- ¿por qué no te sientas?

Jimmy tomó asiento en mi pequeño sofá de color rojo.

- Gracias por lo de la ventana – le dije cuando me senté junto a él.
- La verdad es que ha habido un momento en el que pensé que jamás cerraría – dijo sonriendo- Pero yo que tú, no volvería a abrirla o tendrás que llamarme de nuevo.
- No, abriré otra.

Eso de llamarle…mejor sería evitarlo. Le sonreí. Estuvimos charlando un hasta que su teléfono móvil sonó.

- Hola preciosa – dijo al descolgar.

¿Preciosa? ¿Tenía novia y estaba coqueteando conmigo? Ummmm.

- No, no toques nada, déjame a mí. Muy bien, voy ahora mismo, estaré allí en diez minutos – dijo antes de colgar.
- Era mi hermana pequeña – me explicó – Tiene un problema de fontanería. Lo siento, pero me tengo que marchar.

Ambos nos levantamos del sofá y nos dirigimos hacia la puerta. Le di de nuevo las gracias, además de un beso en la mejilla, era lo mínimo que podía hacer. No fue buena idea. Se creó un momento incómodo, al menos para mí. Nos quedamos callados y él alzó una mano para acariciarme la mejilla. Probablemente me habría besado si yo no me hubiera alejado un poco. Él pareció darse cuenta de lo incómoda que me sentía.

- Lo siento, Katie – se disculpó.
- Está bien – le dije sonriéndole un poco.

Él también sonrió, pero su sonrisa era un poco triste.

- Adiós – se despidió.
- Hasta otro día

Cuando se camioneta desapareció de mi vista, suspiré aliviada. En ese momento no quería a ningún hombre especial en mi vida. Me fui a la cama pensando que al día siguiente llamaría a Alfred.

- ¿Alfred? Soy Katie.
- ¡Hola preciosa! – dijo entusiasmado – Ya pensaba que te habías olvidado de mí.
- No. Imposible – dije con una sonrisa en los labios. Oír su voz me hacía sentir bien.
- ¿Cómo estás?
- Estoy muy bien
- ¿Aún viajas?
- No. Estoy en un pueblo llamado Red Hills. Me quedaré aquí una temporada. He alquilado un apartamento.
- Eso es genial. ¿Cuándo llegaste allí?
- Hace unas tres o cuatro semanas, por eso te llamo, para que me envíes mis cosas Aún las tienes ¿no?
- Por supuesto. Te las enviaré mañana mismo – dijo después de darle la dirección.
- Estoy muy solo sin tus visitas. Te echo de menos ¿sabes? Alegrabas la vida a este pobre viejo con artritis.
- Yo también te echo de menos – dije mientras se me saltaban las lágrimas.
- Prométeme que algún día vendrás a visitarme
- Sólo si tu me prometes venir a Red Hills.
- Trato hecho – dijo con decisión.
- Está bien. Es un acuerdo. Me tengo que marchar a trabajar.
- ¿Y en qué trabajas?
- Oh, en un café- restaurante llamado O´Nealls´s como camarera.
- Está bien. Dejo que te marches. Adiós.
- Te volveré a llamar cuando lleguen mis cosas. Cuídate mucho. Adiós.
- Cuídate preciosa
- Lo haré. Un beso.

Cuando colgué, limpié con el dorso de mi mano las lágrimas que habían caído silenciosamente por mis mejillas.

IX.

Algunos días pasaron. Yo ya me iba acostumbrando a mi nuevo trabajo y a mis nuevos compañeros. Todos eran buenas personas. Era costumbre, que el ambiente de trabajo fuera familiar y el hecho de que yo no fuera de Red Hills no cambió aquello. Algunas veces, de vez en cuando, como en cualquier bar, teníamos algún lío con alguien que había bebido de más, pero normalmente todo estaba bastante tranquilo, excepto claro está, cuando hablamos de fútbol, es decir, cuando el equipo local, los leones de Red Hills jugaba contra sus acérrimos enemigos, los osos de Cold Hill. Debe ser una característica masculina apasionarse tanto con un deporte y mantener una rivalidad que alcanza lo ridículo. Se lo tomaban muy enserio. En esas ocasiones todos bebían cervezas de más y kilos de frutos secos. Cuando el equipo local ganaba, corría la euforia que se manifestaba, a mi entender, en un curioso baile de la victoria. Si por el contrario eran derrotados, había dos fases. Una primera de rabia y de enfado, en la que cualquiera diría que echarían parte del local abajo, y una segunda de aceptación silenciosa durante unos cuantos segundos, después de la que se requería el retirarse a casa con resignación.

Después de uno de estos días de fútbol, llegó un día más tranquilo, más tranquilo de lo habitual. Teníamos pocos clientes, únicamente los que habitualmente acudían a tomar un café o a comer algo, los cuales, para alegría de las camareras no era muchos.
Mientras rellenaba unos servilleteros y charlaba con Caroline, un hombre de pelo cano llegó con una niña de unos cuatro o cinco años de la mano. Era preciosa, Tenía el pelo de color castaño recogido parcialmente para despejar su cara y sus ojos eran color miel. La niña se soltó de la mano de su acompañante y corrió, para mi sorpresa, a los brazos de Caroline, quien ya se había agachado para ponerse a su altura para abrazarla.

- ¡Hola Cariño! ¿Qué tal te ha ido el colegio hoy?
- Hola mami. Bien. He hecho un dibujo.
- ¿Me lo enseñas?
- Si-.

La niña corrió hacia el hombre que la había traído, quien le entregó su mochila. Ella la abrió, no sin cierta dificultad y sacó su dibujo. Después corrió nuevamente hacia su madre y se lo tendió.

- ¡Oh cariño! Es precioso

La pequeña sonrió.

- Katie – me llamó Caroline- Esta preciosidad es mi hija Eve- dijo mientras se incorporaba.
- Encantada de conocerte Eve- dije agachándome – Me llamo Katie.
- Hola – dijo tímidamente agarrando la mano de su madre.
- Espero que seamos buenas amigas – le dije guiñándole un ojo.

Eve sonrió mostrando sus pequeños dientes.

- Eve - la llamó el hombre de pelo cano con su voz grave – Tenemos que irnos a casa. Dale un beso a mamá.
- Vale – respondió la pequeña – Adiós mami.

Caroline se agachó nuevamente para recibir un beso en la mejilla

- Hasta luego, cariño. Pronto estaré en casa- prometió.


Cuando Eve y su acompañante se fueron, Caroline aún sonreía. No puede más que quedarme mirando su expresión, parecía tan feliz.

- ¿Qué?- me preguntó cuando volvió a la actividad.
- Nada , mamá – dije sonriéndole
- A tu también tendrás cara de tonta cuando seas madre – dijo volviendo al trabajo.

Yo no sabía si sería una buena madre, pero sabía que Caroline, sí que lo era. Además estaba esa cara de felicidad, esa alegría de tener una hija a la que adorar, proteger y cuidar. Y ví a mi misma viviendo esa experiencia y la desee con locura.

- ¡Ey! ¿En qué piensas? – preguntó interrumpiendo mis fantasías maternas.
- En nada. Solo… cosas.
- Oye, ¿por qué no vienes a cenar esta noche a casa?
- No quiero molestar – dije con modestia.
- No seas tonta – dijo negando con la mano.
- De acuerdo, entontes – concedí.

Cuando acabamos nuestro turno fuimos a su casa. Tenía un pequeño jardín delantero. Era de color amarrillo pastel con los marcos de las ventanas y las puertas de éstas de color blanco.
Eve recibió a su madre con un nuevo abrazo y a mí con un tímido hola. El hombre que acompañaba a Eve en el bar se levantó del sofá en cuanto abrimos la puerta, y en pocos minutos se despidió t se marchó. Una persona de pocas palabras.

Después de la cena, Caroline subió a acostar a Eve, yo, mientras tanto, observé las fotos dispersas por todo el salón. Cuando Caroline volvió, me sobresalté, no la había escuchado entras en la habitación.

- Lo siento – se disculpó.
- No importa
- ¿Por qué no nos sentamos mientras te recuperas del sobresalto?
- Vale. No me habías dicho que tenías una hija.
- Es verdad no te lo comenté. Ella es lo mejor de mi vida. Lo mejor que he hecho.
- ¿Estás casada? – pregunté-.
- Oh no. El padre de Eve y yo tuvimos una relación bastante corta y se marchó antes de saber que estaba embarazada.
- Entiendo – dije con tristeza.
- No. Yo soy feliz y Eve también. Phil me ayuda un montón cuidándola mientras trabajo.
- Me alegro por ti.
- Si. Procuro estar el máximo tiempo con Eve. Siempre la despierto por las mañanas y la acuesto por las noches. Es una niña estupenda y también muy lista.
- Tienes mucha suerte
- Si ¿no?

Le sonreí.

- ¿Y tu qué?
- Yo no tengo hijos, aunque me gustaría tenerlos. Pero es tarde, me marcho.
- ¿Dónde te alojas? Nunca te lo he preguntado.
- En el hotel. Pero tendré que buscar otro sitio, no me puede quedar allí indefinidamente.
- Si quieres, puedo preguntar haber si hay algún sitio por ahí.
- Te lo agradecería mucho, la verdad.
- Entonces, hecho. Déjalo en mis manos.
- De acuerdo. Gracias.

La abracé y le di un beso, luego, me marché y caminé hacia el hotel.

sábado, mayo 02, 2009

VIII.

Mi primer día de trabajo me desperté mucho antes de la hora, nerviosa. ¿Por qué? Sólo mi subconsciente y mi cuerpo lo sabían, porque yo no. No me levanté, ¿qué iba yo a hacer mientras pasaban los minutos y sonaba el despertador? Nada. Permanecía en la cama y vi como poco a poco los rayos del sol atravesaban la ventana e iluminaban la habitación de hotel. Cuando empecé a estar desesperada me levanté y fui al baño. Después de una ducha y de un café mi ánimo era alegre y optimista. Y así me dirigí a O´Nealls.

El primer día de trabajo, como todos, fue algo torpe y muy duro. El dolor de pantorrillas no tardó en aparecer después de las tres primeras horas de estar de pie. Mis pies, al menos, estaban bien, mis deportivas color celeste, gracias a Dios, eran muy cómodas. A pesar de todo, cuando llegué al hotel, ya de noche, a penas alcancé a desnudarme pues caí rendida, casi al instante de abrir la puerta, suerte que la cama se encontraba cercana a ella.

El día fue largo pero también gratificante. Nada más llegar Caroline salió a mi encuentro con una sonrisa y palabras amables. Me explicó la dinámica de trabajo. Las mesas estaban numeradas en el sentido de las agujas del reloj. Lo esencial era tomar los pedidos y servirlos lo más rápido posible a quienes lo había solicitado. En un par de ocasiones no lo conseguí. Resulté ser una sensación. Quizás debería habérmelo imaginado. En un pueblo como Red Hills, en el que todos se conocían, una nueva camarera en el restaurante era algo digno de ver. La mayoría de los clientes durante la mayor parte de la mañana, a penas pedían un café, me observaban o evaluaban según se mire y se marchaban, lo cual me ocasionó tener que dar unas miles de vueltas por todo el local.

A lo largo de la jornada conocí a Lion Peaks. Él era cocinero y un pícaro de cuidado de aproximadamente cincuenta años. No dudó ni un minuto en intentar conquistarme y adularme, e incluso me pidió una cita, a la cual me negué aludiendo que quería tener un descanso de hombres. Tampoco tardó en ofrecerme su compañía cuando cambiara de opinión. No pude más que sonreírle. No pasaría jamás.

Me libré de Lion gracias a Caroline, quien le recordó muy oportunamente que se le pagaba por cocinar y no por hablar conmigo. Fue curioso, Lion pareció desconectar la función “conquistador” y activar la función “cocinero”. Se concentró y a penas volvió a dirigirme la palabra. Continué trabajando y agradecí que Lion también, lidiar con ese tipo de hombres era agotador.

A la hora del almuerzo, entró en el loca un chico de unos veinte años, moreno y de ojos negros. Se sentó en la barra, Coincidió que yo estaba tras ella así que le atendí.

- ¿Qué te pongo? – le pregunté.

- Um – susurró mientra miraba la carta – ¿Una hamburguesa con queso y patatas?- dijo tras varios segundos.

- Muy bien y ¿de beber?

- Cerveza por favor.

Lo apunté en mi cuaderno y le pasé la nota a Lion. Después de un rato le serví su comida y cuando ya me iba a mis mesas me habló nuevamente.

- ¿Eres nueva, no?

De un momento a otro pareció arrepentirse de haberme preguntado.

- Lo siento. No es de mi incumbencia – dijo disculpándose.

- No importa- le dije con una sonrisa en los labios – Si, soy “la” nueva.

- Entiendo. Soy Jimmy Call – dijo extendiéndome la mano

- Katie North, encantada.

- Igualmente. ¿Te tendremos por aquí algún tiempo o solo estás de paso?

- Me tendréis por aquí una temporada. No os libraréis de mí tan fácilmente de mi.

Mi comentario le hizo sonreír. Sus dientes eran perfectos; blancos, rectos y brillantes. Lo que se dice una sonrisa Profident. Su aspecto físico tampoco esta nada mal, alto, de espaldas anchas, delgado y fuerte.

- Entonces, vendré más a menudo – me dijo.

- Aquí estaré – le dije aceptando su cumplido.

Cuando ya empezaba a resultar insoportable continuar trabajando, el reloj me dio una alegría. Acababa de terminar mi turno. Terminé de recoger los platos de una mesa y fui al despacho de Mike a recoger mi bolso para ir de vuelta a hotel. Mike me preguntó amablemente cómo había resultado el día y sonrió ampliamente cuando le contesté que agotador. Me dio ánimos diciéndome que ya me acostumbraría. Y eso esperaba, solo era cuestión de tiempo.