martes, febrero 17, 2009

III.

Pasaron algunos días y me armé con la suficiente fuerza como para salir a la calle. Intentaría seguir con mi vida. Todo me recordaba él, una fruta, una tienda, un olor, y todo eso no hacía más que acentuar mi sufrimiento. Sacudía la cabeza intentando borrar las imágenes de mi mente, no tenía tiempo para distraerme con bonito recuerdos. Debía darme prisa. Tenía que hacerle una visita a Frankie.

Entré en el bar con las gafas de sol puestas. Cuando abrí la puerta todos los hombres de aquel bar levantaron la vista y me dieron un buen “repaso”, unos con más disimulo que otros. Me dirigí hacia mi fortachón “amigo” quien jugaba al billar con unos “compañeros”.

- ¡Katie! ¡Qué alegría verte! – dijo.
- Frankie – contesté con un asentimiento de cabeza.
- ¿Qué te trae por aquí?- preguntó con entusiasmo- ¿Pidiendo más tiempo?
- No Frankie. Aquí tienes lo que querías.

Le alcancé un trozo de papel que saque del bolsillo de mi chaqueta.

- ¿Estás segura de que es la correcta?- preguntó tras echarle un vistazo.
- Totalmente.
- Está bien. Hasta que lo comprobemos te estaremos vigilando. Así que nada de salir de la ciudad con prisas ¿eh? En fin ¿Quieres tomar algo preciosa?
- No. Preferiría irme a casa.
- Por supuesto. Ya te llamaré.

No le contesté. Me di la vuelta y me dirigí hacia la puerta. Cuando salí al exterior, pude, por fin, respirar hondo. Lo repetí varias veces hasta que dejaron de temblarme las manos. Estaba entumecida de la tensión que había soportado. Necesitaba un baño caliente. Cogí un taxi y me fui a casa.


A día siguiente, recibí la visita de Frankie y Chuck, al menos esta vez no estaban esperándome en el interior de la casa. Chuck era un tipo igual de grande que Frankie aunque poco inteligente. Valía más por su tamaño que por su audacia, no cabía duda.
- Buenos días- saludó Frankie.
- Hola
- ¿Podemos pasar? – casi una vez dentro de mi apartamento.

Me aparte completamente de la entrada para que pasaran. Ambos se acomodaron en mi sofá, mientras que yo permanecí de pie.

- ¿Y bien?- pregunté.

Parecía que él no iba comenzar aquella conversación y yo no quería tenerlos allí más tiempo del necesario.

- Lo hemos comprobado y la clave es verdadera.

No pude evitar soltar un ligero suspiro cuando lo oí.

- ¿No es magnífico Katie?
- Si. Claro.

Realmente no me sentiría bien hasta que se fueran.

- No pareces contenta
- Lo estoy
- Yo creo que no – dijo levantándose y cogiéndome de la barbilla para que le mirase a la cara. – Te dejaremos en paz y no sabrás más de nosotros. Es para estar feliz.
- Si, claro que si – dije intentando apartar mi cara de la suya.

Frankie me sujetó con fuerza. Tal vez me dejaría un moratón.

- ¡Ah! Ya veo – dijo tras unos segundos.
- ¿Qué? – preguntó Chuck curioso.
- Te enamoraste de él.
- No- dije intentando sonar convincente.
- No dicen eso tus ojos, preciosa.

Exploté.

- ¿Y que más te da? ¿Qué te importa a ti como me sienta? Ya tienes lo que querías tu maldita contraseña – dije casi gritando.
- ¡Shhhh! – dijo abarcando con una mano mi cuello.- No tientes a la suerte Katie –dijo seriamente.

Sería capaz de matarme allí mismo, su expresión lo decía, aunque también que no le gustaría hacerlo. Empecé a temblar un poco y él retiro su mano para acariciarme la mejilla.

- Katie, Katie, Katie.

Me dio un beso en ambas mejillas y le hizo una señal a Chuck indicándole que se marchaban. En cuanto salieron por la puerta me dejé caer en el sofá. El sentimiento que me embargaba era el de alivio, pero poco a poco el dolor se abrió paso y comencé a sollozar. Cuando las lágrimas acabaron, no me sentía mejor y en un intento de olvidar mis propias penas cogí una botella de ron y comencé a beber. El dolor seguía ahí, la pena, también, pero mitigados. El sopor me sumió en una semiinconsciencia que me permitía huir de mi misma, de lo que había hecho y del mundo. No se en qué momento lo decidí, solo cuanto se, es que era muy entrada la noche y que a penas había ruido. Lo mejor sería marcharme a otra ciudad donde nadie me conociera, donde pudiera olvidar cuanto amaba a aquel hombre al que había engañado y donde poder comenzar de nuevo, si es que era posible.

II.

Una nueva mañana llegó. Los rayos del sol se colaron por el cristal de la ventana de mi dormitorio, despertándome y confirmándome que el sufrimiento aún continuaría. Y lo merecía, sin ninguna duda. Estaba segura de ello. Me costó lo indecible levantarme de la cama y dirigirme al cuarto de baño. Me apoyé en el lavabo y me miré al espejo. Alguien que no reconocí me observaba. Su pelo estaba enmarañado, el maquillaje corrido y bajo todo aquello, había un rostro que se me hacía familiar. El color de sus ojos era el mismo que el de los míos pero expresaba un terrible dolor y desconsuelo. Estaban rojos e hinchados y su semblante… no tengo palabras para describirlo, pero no podía ser yo ¿Cómo podía ser yo? Me metí en la ducha y deje que el agua caliente cayera sobre mí casi escaldándome la piel. Esperaba que me ayudara, pero nada más lejos de la realidad. El mundo se me vino encima, la presión del pecho aumentó, hasta ese momento, no era consciente de que me dolía. Comencé a sollozar. Mi infierno se abrió ante mis pies y no había forma alguna de escapar de él. Yo misma lo había creado.

Después de lo que me pareció una eternidad me envolví en una toalla y salí del baño. Estaba tan cansada, parecía qie toda la energía y vitalidad que me había caracterizado durante toda mi vida, me habían abandonado. Estaba exhausta pero ¿de qué? No había hecho ninguna actividad física en las últimas horas. Me dejé caer en la cama sin cambiarme y me dejé sumir en el sueño.

Me despertaron unos golpes en la puerta. ¿Qué ora sería? Abrí los ojos y aún era de día. Los golpes en la puerta se repitieron.

- Un momento- dije alzando la voz.

Me levanté y busqué con la mirada por todo el dormitorio algo que ponerme. Afortunadamente, mi batín colgaba de la mecedora. Me lo puse y fui a abrir la puerta. Era Josua, mi vecino. Vivía en el apartamento que había al lado del mío. Un hombre muy agradable y bastante guapo. Había posado sus ojos en mí pero yo no los míos en él. Su interés no sería correspondido.

- Hola Josua - saludé.
- Hola Katie- dijo sonriendo- ¿Te encuentras bien?- preguntó mudando su expresión a preocupación.
- Si, perfectamente. Solo un poco cansada.
- Si. Te ves cansada
- ¿Qué te trae por aquí?
- Necesito un poco de te ¿tienes?
- Por supuesto. Espera aquí un momento.

Fui a la cocina en busca del té y volví a la puerta.

- Aquí tienes
- Muchas gracias

Una vez se hubo ido aún seguía cansada, me puse el primer camisón que encontré y volví a la cama. Era todo lo que necesitaba. Dormir y que el tiempo pasase sin darme cuenta. Quizás mañana vería todo con otra perspectiva o al menos al algo mejor.