domingo, mayo 17, 2009

IX.

Algunos días pasaron. Yo ya me iba acostumbrando a mi nuevo trabajo y a mis nuevos compañeros. Todos eran buenas personas. Era costumbre, que el ambiente de trabajo fuera familiar y el hecho de que yo no fuera de Red Hills no cambió aquello. Algunas veces, de vez en cuando, como en cualquier bar, teníamos algún lío con alguien que había bebido de más, pero normalmente todo estaba bastante tranquilo, excepto claro está, cuando hablamos de fútbol, es decir, cuando el equipo local, los leones de Red Hills jugaba contra sus acérrimos enemigos, los osos de Cold Hill. Debe ser una característica masculina apasionarse tanto con un deporte y mantener una rivalidad que alcanza lo ridículo. Se lo tomaban muy enserio. En esas ocasiones todos bebían cervezas de más y kilos de frutos secos. Cuando el equipo local ganaba, corría la euforia que se manifestaba, a mi entender, en un curioso baile de la victoria. Si por el contrario eran derrotados, había dos fases. Una primera de rabia y de enfado, en la que cualquiera diría que echarían parte del local abajo, y una segunda de aceptación silenciosa durante unos cuantos segundos, después de la que se requería el retirarse a casa con resignación.

Después de uno de estos días de fútbol, llegó un día más tranquilo, más tranquilo de lo habitual. Teníamos pocos clientes, únicamente los que habitualmente acudían a tomar un café o a comer algo, los cuales, para alegría de las camareras no era muchos.
Mientras rellenaba unos servilleteros y charlaba con Caroline, un hombre de pelo cano llegó con una niña de unos cuatro o cinco años de la mano. Era preciosa, Tenía el pelo de color castaño recogido parcialmente para despejar su cara y sus ojos eran color miel. La niña se soltó de la mano de su acompañante y corrió, para mi sorpresa, a los brazos de Caroline, quien ya se había agachado para ponerse a su altura para abrazarla.

- ¡Hola Cariño! ¿Qué tal te ha ido el colegio hoy?
- Hola mami. Bien. He hecho un dibujo.
- ¿Me lo enseñas?
- Si-.

La niña corrió hacia el hombre que la había traído, quien le entregó su mochila. Ella la abrió, no sin cierta dificultad y sacó su dibujo. Después corrió nuevamente hacia su madre y se lo tendió.

- ¡Oh cariño! Es precioso

La pequeña sonrió.

- Katie – me llamó Caroline- Esta preciosidad es mi hija Eve- dijo mientras se incorporaba.
- Encantada de conocerte Eve- dije agachándome – Me llamo Katie.
- Hola – dijo tímidamente agarrando la mano de su madre.
- Espero que seamos buenas amigas – le dije guiñándole un ojo.

Eve sonrió mostrando sus pequeños dientes.

- Eve - la llamó el hombre de pelo cano con su voz grave – Tenemos que irnos a casa. Dale un beso a mamá.
- Vale – respondió la pequeña – Adiós mami.

Caroline se agachó nuevamente para recibir un beso en la mejilla

- Hasta luego, cariño. Pronto estaré en casa- prometió.


Cuando Eve y su acompañante se fueron, Caroline aún sonreía. No puede más que quedarme mirando su expresión, parecía tan feliz.

- ¿Qué?- me preguntó cuando volvió a la actividad.
- Nada , mamá – dije sonriéndole
- A tu también tendrás cara de tonta cuando seas madre – dijo volviendo al trabajo.

Yo no sabía si sería una buena madre, pero sabía que Caroline, sí que lo era. Además estaba esa cara de felicidad, esa alegría de tener una hija a la que adorar, proteger y cuidar. Y ví a mi misma viviendo esa experiencia y la desee con locura.

- ¡Ey! ¿En qué piensas? – preguntó interrumpiendo mis fantasías maternas.
- En nada. Solo… cosas.
- Oye, ¿por qué no vienes a cenar esta noche a casa?
- No quiero molestar – dije con modestia.
- No seas tonta – dijo negando con la mano.
- De acuerdo, entontes – concedí.

Cuando acabamos nuestro turno fuimos a su casa. Tenía un pequeño jardín delantero. Era de color amarrillo pastel con los marcos de las ventanas y las puertas de éstas de color blanco.
Eve recibió a su madre con un nuevo abrazo y a mí con un tímido hola. El hombre que acompañaba a Eve en el bar se levantó del sofá en cuanto abrimos la puerta, y en pocos minutos se despidió t se marchó. Una persona de pocas palabras.

Después de la cena, Caroline subió a acostar a Eve, yo, mientras tanto, observé las fotos dispersas por todo el salón. Cuando Caroline volvió, me sobresalté, no la había escuchado entras en la habitación.

- Lo siento – se disculpó.
- No importa
- ¿Por qué no nos sentamos mientras te recuperas del sobresalto?
- Vale. No me habías dicho que tenías una hija.
- Es verdad no te lo comenté. Ella es lo mejor de mi vida. Lo mejor que he hecho.
- ¿Estás casada? – pregunté-.
- Oh no. El padre de Eve y yo tuvimos una relación bastante corta y se marchó antes de saber que estaba embarazada.
- Entiendo – dije con tristeza.
- No. Yo soy feliz y Eve también. Phil me ayuda un montón cuidándola mientras trabajo.
- Me alegro por ti.
- Si. Procuro estar el máximo tiempo con Eve. Siempre la despierto por las mañanas y la acuesto por las noches. Es una niña estupenda y también muy lista.
- Tienes mucha suerte
- Si ¿no?

Le sonreí.

- ¿Y tu qué?
- Yo no tengo hijos, aunque me gustaría tenerlos. Pero es tarde, me marcho.
- ¿Dónde te alojas? Nunca te lo he preguntado.
- En el hotel. Pero tendré que buscar otro sitio, no me puede quedar allí indefinidamente.
- Si quieres, puedo preguntar haber si hay algún sitio por ahí.
- Te lo agradecería mucho, la verdad.
- Entonces, hecho. Déjalo en mis manos.
- De acuerdo. Gracias.

La abracé y le di un beso, luego, me marché y caminé hacia el hotel.

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